enero 3, 2011 at 8:45 pm Deja un comentario

La llave había estado escondida en aquel lugar por años. Nadie conocía de su existencia. Era vieja. Sobre su metal se había posado un herrumbre grueso como costra.

 

Cada tanto alguien abría el cajón, sin imaginar que estaba allí. Pasó el tiempo. Veranos, inviernos y cumpleaños; otoños, primaveras y pascuas; y la llave seguía en el mismo sitio, sin ser descubierta.

Un día, quienes vivían en la casa se mudaron. La gente nueva puso en el compartimiento toallas, sábanas y mantas.  Cada tanto lo abrían para sacar lo que necesitaban o para reponer lo que se había sacado. Vivieron allí durante mucho tiempo.

Cuando se hicieron grandes, los niños se fueron a estudiar a la ciudad y los padres se hicieron abuelos. A menudo, los nietos venían de visita y jugaban horas en la habitación donde estaba la llave. Muchas veces abrieron su recinto, pero no miraron bien.

Ancianos, los dueños murieron y la casa fue puesta en venta. A partir de entonces, un gran cartel colgó de la fachada hasta que un grupo de inversionistas compró la propiedad para demolerla.

 

Cuando se iniciaron los trabajos, los vecinos, curiosos, se acercaron al perímetro. La grúa y la topadora asechaban la casona como buitres hambrientos. El impacto comenzó por la azotea y continuó hasta el nivel del piso haciendo emanar una densa nube gris, sangre de escombros y hormigón.

 

Al finalizar, un operario vio algo raro entre los escombros: un costado de la llave aún no corroído destellaba chispazos al sol de la tarde.  Se apoderó de ella.

 

La semana siguiente, cuando remolcaron los últimos desperdicios, el hueco de una escalera quedó al descubierto.

 

El joven que la había encontrado se aventuró. En el final encontró una puerta. Se acordó de su hallazgo y se tanteó el bolsillo. La llave aún estaba en su mameluco. La incrustó en el ojo de la cerradura e hizo girar el picaporte.

 

Al entrar, se agolpó sobre el umbral un enjambre de fantasmas deformes y vetustos, presencias desgajadas y espantosas que cuando vieron la salida se precipitaron hacia afuera como bestias endemoniadas y se perdieron en el aliento húmedo del parque.

 

D. F.

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